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Hace 10 años que los alimentos transgénicos han pasado a formar parte de la dieta en varios países del mundo. Sus beneficios y riesgos son analizados por los científicos
En la década del 90, la aparición de los alimentos modificados genéticamente despertó temores por parte de los consumidores. Diez años después se comercializan cerca de 70 alimentos transgénicos en todo el mundo, la gran mayoría de ellos en países como Australia, Canadá, Japón y Estados Unidos. Aunque la modificación genética de los organismos que constituyen la dieta cotidiana de la humanidad ya es un hecho, no falta controversia al respecto, pues si bien unos consideran que ofrece múltiples beneficios, otros cuestionan su eficacia y le atribuyen varios peligros.
Beneficios
“Por el momento, los beneficios que aportan los alimentos transgénicos no son tan evidentes para el consumidor como lo son para el productor y el medio ambiente”, afirma el doctor John Thomas, investigador del Health Science Center de la Universidad de Texas (Estados Unidos). Los vegetales transgénicos disponibles permiten reducir la utilización de pesticidas y herbicidas, haciendo posible reducir los costos y aumentar la productividad de la tierra. Además, la disminución del uso de productos tóxicos como los herbicidas y pesticidas es positiva para el medio ambiente y permite evitar costosas secuelas para la salud de los trabajadores del agro.
Además, de acuerdo a los científicos, los alimentos fortificados con vitaminas y micronutrientes esenciales, por ejemplo, serán de gran utilidad para combatir las deficiencias nutricionales que padece un elevado porcentaje de la humanidad.
Los riesgos
Hasta el momento no existe ninguna evidencia científica que respalde los temores de riesgos en estos alimentos. “Los alimentos modificados genéticamente son tan seguros y presentan tantos riesgos para la salud como los alimentos convencionales”, señala el doctor Thomas. Respecto a la preocupación de que la nueva proteína desencadene alergias alimentarias, esta posibilidad es bastante predecible siempre y cuando se realicen en forma exhaustiva los distintos tests destinados a evaluar el potencial alergénico de un nuevo producto alimenticio. Todos los especialistas consultados coinciden en que el impacto que la modificación genética de los alimentos tiene sobre el medio ambiente no debe ser medido en relación con un ecosistema virgen o ideal, sino que debe ser comparado con la situación real de las tierras que se hallan cultivadas en la actualidad. El hecho de reducir el empleo de sustancias tóxicas para el ser humano y los demás integrantes del ecosistema, como lo son los herbicidas y los pesticidas que se utilizan rutinariamente en la actualidad, constituye un paso positivo.
No obstante, según el profesor Daniel Ramón Vidal, del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), resulta mucho más complejo desarrollar estos alimentos que las semillas con genes de resistencia a herbicidas, ya que en el primer caso es necesario trabajar sobre varios genes distintos, mientras que en el segundo basta con introducir un sólo gen.
Por el momento sólo una docena de los 300 alimentos que están esperando las últimas autorizaciones para salir al mercado en el mundo es de este tipo, es decir que incluyen una mejora nutricional para el consumidor, algo que hoy sólo aporta un aceite de soja que se vende en Estados Unidos. (Datos de La Nación, Consumer y BBC)
¿Qué es un transgénico?
Por alimento transgénico o modificado genéticamente se entiende aquel organismo en el cual, mediante ingeniería genética, se ha introducido un gen de otro organismo o se le ha suprimido o modificado un gen propio. Esta modificación genética permite que el organismo, en este caso vegetal, produzca una nueva proteína o deje de producir una proteína del organismo original.
Los alimentos transgénicos pueden ser clasificados en dos grupos: los organismos transgénicos que llegan a la mesa del consumidor en su forma original (actualmente se encuentran en el mercado tomates, papas, hortalizas, yogures y otros lácteos fermentados) y los organismos transgénicos que son utilizados como materia prima para elaborar otros alimentos (los que se nutren de los productos derivados de la soya modificada genéticamente son ejemplo de esta segunda categoría).
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